Puerta de educación

Las instituciones educativas no están capacitadas para recibir a niños con discapacidad, esto en la adultez los perjudica al buscar trabajo.

Si naciera otra vez elegiría volver a ser ciego, declara Marino Bautista.

Mariano nació con retinitis pigmentosa, una enfermedad progresiva que degenera la vista. Tener acceso a una educación inclusiva cambió su vida. Desde los 11 años ingresó a la Escuela Santa Lucía, ubicada en la ciudad capital, en donde aprendió a leer braille, a usar el ábaco y el bastón. “Como sabían que en un futuro me iba a quedar ciego me enseñaron todo lo que necesitaba para ser independiente”, recuerda. A los 16 dejó de estudiar por razones económicas, desde entonces se enfoca en trabajar y nunca ha pensado en regresar a un salón de clases.

Sin embargo, no todos tienen la oportunidad de encontrar un centro educativo que se adecue a sus necesidades. Hugo Nitsh nació con parálisis cerebral y es usuario de silla de ruedas. Durante su niñez y juventud asistió a Fundabiem para recibir terapias y ahí aprendió a leer y escribir. Cuando sus padres buscaron inscribirlo en un colegio se enfrentaron a varios rechazos. “Los colegios no se querían arriesgar a recibirme. Decían que era muy delicado aceptar a personas con discapacidad”, expresa. Una vez aceptado se enfrentó a otra barrera: la infraestructura. “La clase quedaba en el segundo nivel, así que mis compañeros me tenían que cargar”.

Las personas con discapacidad se enfrentan a barreras de todo tipo, entre ellas actitudinales. Hugo sufrió de acoso durante todos sus años de estudio. “Me descompusieron la silla de ruedas, para que ya no la pudiera usar bien y todos se rieron”. Gracias a la recomendación de una amiga de su mamá logró encontrar un colegio que se adaptaba a sus necesidades para estudiar la primaria y básicos . Sin embargo, al llegar a diversificado no logró inscribirse en ningún centro, así que lo sacó por madurez. “Las instalaciones no eran accesibles y había muchos niños en cada clase. Para que pudiera aprender mejor necesitaba clases pequeñas”.

Hugo, siempre disfrutó de aprender y tenía el sueño de estudiar algo relacionado con tecnología. Encontró una universidad privada que contaba con la infraestructura adecuada. Pero, para asegurarse de que se acoplaban a sus necesidades, primero sacó un técnico en programación. “Los baños eran accesibles, habían rampas y elevadores. Además, el programa me gustó”.

Esta experiencia aumentó su deseo por estudiar una licenciatura. “Mis papás no me podían apoyar económicamente y no encontrar trabajo lo hacía más difícil”. Así que aplicó a una beca y la obtuvo. Esto representó dos logros para Hugo: mantener la beca durante todos los años de la carrera y ser licenciado en telecomunicaciones.

Las personas con discapacidad se enfrentan a barreras de todo tipo, entre ellas actitudinales. Hugo sufrió de acoso durante todos sus años de estudio. “Me descompusieron la silla de ruedas, para que ya no la pudiera usar bien y todos se rieron”. Gracias a la recomendación de una amiga de su mamá logró encontrar un colegio que se adaptaba a sus necesidades para estudiar la primaria y básicos . Sin embargo, al llegar a diversificado no logró inscribirse en ningún centro, así que lo sacó por madurez. “Las instalaciones no eran accesibles y había muchos niños en cada clase. Para que pudiera aprender mejor necesitaba clases pequeñas”.

Las personas con discapacidad han sido excluidas del sistema educativo, por ello, sus niveles de educación son más bajos,

explica Allan Rousselin, director del trabajo social del Comité Pro-Ciegos y Sordos de Guatemala.

Pese a que las escuelas están obligadas por la ley a aceptar a todos los niños muchas no lo hacen.

2016
2021

Fuentes: ENDIS 2016 y la revista de Conadi de 2021 Datos Estadísticos de Personas con Discapacidad en Guatemala.

“La mayoría de los niños que vienen son rechazados en la escuela de su comunidad por tener una discapacidad”, explica Dina Carrillo, directora del Centro Oficial de Educación Especial del Hermano Pedro, ubicado en Sacatepéquez. Esto se debe a que el personal no se siente capaz de atenderlos, así que tienen que buscar escuelas en otros sectores. En este centro especial acuden niños de Escuintla, Quiché, Guatemala, entre otros departamentos.

Nicolás es un niño de nueve años quien en agosto de 2023 comenzó a asistir a este centro de educación y a recibir terapia del habla. La escuela de su comunidad no cuenta con los recursos que necesita para brindarle una educación que se adecue a sus habilidades. La madre explica que su hijo nunca habló. “Pensé que con el tiempo iba a hablar, pero no lo hizo. La escuela me dijo que necesitaba terapia pero es muy caro”. Gracias a la recomendación de una vecina lo llevó al Centro Oficial de Educación Especial del Hermano Pedro. “Lleva este año en terapia y ya hemos notado la diferencia”.

Las adecuaciones curriculares son clave en la formación de los niños, ya que les permiten aprender acorde con sus destrezas. “Tanto el diagnóstico de la discapacidad como las adecuaciones curriculares deben realizarse por un experto, ya sea psicólogo o psicopedagogo”, explica Helen Muñoz, psicóloga. Al igual, enfatiza en que este es un trabajo en conjunto que se debe hacer con las maestras. Ellas exponen los contenidos del curso y el experto la evaluación y protocolo, así crear un trabajo multidisciplinario.

“No tengo ningún recuerdo bonito de mi época de colegio”, declara Sofía Estrada, quien tiene discapacidad física. En los seis colegios en los que estudió se enfrentó a barreras actitudinales. “Me hicieron mucho bullying. Un día, un compañeros me dijo que ojalá pudiera cortarme las piernas porque él no quería que caminara”.

Estas actitudes no solo eran por parte de los niños, sino también de los maestros. “Por la discapacidad que tengo trabajo lento. No todas las maestras lo entendían, así que me mandaban a la dirección a terminar mis trabajos”, relata. Sofía nunca encontró un colegio que se adaptara a sus necesidades. “Solo en un colegio construyeron rampas para que pudiera moverme, en los demás me tenían que cargar”. Así que decidió terminar sus estudios en casa con una tutora.

Ana Vides, antropóloga, explica que la sociedad actúa de manera despectiva cuando no está sensibilizada. “Nos cuesta decir que alguien tiene una discapacidad, ya que se toma como un insulto y hay muchos tabús al respecto”, menciona.

De acuerdo con el Banco Mundial, en Guatemala cerca de la mitad de los maestros y el personal de las escuelas no ha recibido capacitación adecuada para trabajar con los niños con discapacidad. El Ministerio de Educación (Mineduc) cuenta con una sección enfocada en la educación para niños con discapacidad, Dirección General de Educación Especial. Entre sus acciones se encuentran diplomados para el personal docente y apoyo a las escuelas regulares para que los maestros puedan hacer adecuaciones. “Surgimos para atender a los estudiantes con necesidades educativas especiales, porque los maestros nos decían que no sabían qué hacer con los niños, por ello ofrecemos fortalecimiento técnico al docente”, explica Javier Zil, coordinador del área de inclusión educativa.

En 2023, se reportaron 126 mil 32 maestros en el sistema educativo, de los cuales el 3.22% han tomado estas capacitaciones. Teniendo en cuenta que en 2023 fue el año que más participaron, con un total de 1 mil 481. Estos diplomados son únicamente virtuales. “Se hacen foros en la plataforma que por parte de la Dirección de Gestión de Calidad Educativa (Digecade)”, explica.

Entre los temas que se abordan está el marco legal y los tipos de discapacidad. Si el docente desea obtener otro diplomado que sea más específico puede sacar en discapacidad visual, discapacidad múltiple -por el momento solo abarca sordoceguera y lenguaje de señas.

Pese a esto, las estrategias no ofrecen el apoyo que necesitan los profesores. “Aunque nos envían por internet las guías ninguno de nosotros somos expertos y tener un niño con discapacidad requiere de una atención personalizada", explica Yesenia Ortiz, directora de la Escuela Miguel Vásquez, ubicada en la ciudad capital.

“Es necesario que la maestra tenga ciertos conocimientos para que sepa cómo hacerle llegar la información de manera diferente”, explica Miriam Carrillo, encargada del área de adultez en Margarita Tejada.

Además del personal capacitado, otro factor importante para lograr ser un centro educativo inclusivo es adecuar la infraestructura. Hace cuatro años la Escuela Miguel Vásquez necesitaba rampas para que los estudiantes con discapacidad se pudieran movilizar, pero solicitarlos es un proceso largo y de mucho papeleo. “El Ministerio de Educación se tarda tanto en aprobarlo que prácticamente el niño terminaría la primaria antes de tener lo que necesita”, agrega Ortiz. Así que la escuela tomó otra ruta y los maestros lo pagaron para poder hacer una rampa para facilitar el acceso al baño.

El documento “Informe Guatemala”, publicado por la Red Latinoamericana de Organizaciones de Personas con Discapacidad y sus Familias (Riadis) en 2022 estipula que la Ley de Educación debe ser reformada porque continúa con un modelo de educación especial, en lugar de enfocarse en la educación inclusiva. Además, María Fernanda Jiménez, psicopedagoga comparte esta postura respecto de esta ley.

Educación técnica

“Lastimosamente Guatemala cuenta con un sistema educativo muy tradicional y no tiene un programa que se enfoque en lo vivencial, que es lo que los niños con discapacidad necesitan”, declara Gloria Carrera, psicopedagoga. Que los niños y jóvenes tuvieran la oportunidad de desarrollar su lado práctico traería mayores frutos en la adultez, ya que quienes tienen discapacidad intelectual topan en cierto punto del aprendizaje teórico. “Es cuestión de preguntarnos qué es más funcional para su vida y empoderarlos desde su habilidades y de lo que pueden ejecutar”.

El Centro de Capacitación Ocupacional (CCO), el cual es parte de la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia (SBS), ubicado en zona 5 de la ciudad capital, es un espacio en donde jóvenes con discapacidad intelectual entre 14 y 18 años reciben cursos avalados por el Intecap. Actualmente, tienen 50 alumnos. “El objetivo es que adquieran herramientas para ser lo más independiente posible”, explica Claudia Osorio, psicóloga del centro.

Álvaro Mejía es un joven de 17 años con discapacidad intelectual y está apunto de concluir el curso de cocina en el CCO. “Aquí, en el centro, sientes que te apoyan y que te enseñan bien”, comparte. Álvaro es apasionado por la cocina. “De pequeño ayudaba a mi abuelita, por eso, cuando vine acá elegí esto”.

Entre los talleres que ofrecen se encuentran panadería, conserjería y cocina, bisutería, carpintería, camarería y preparación de dulces típicos. “Buscamos capacitarlos en varias áreas para que si no son contratados en empresas puedan emprender”, comenta Osorio.

Aprender recetas y crear nuevos sabores dibuja una sonrisa en su rostro. Aunque aún está en proceso de pulir sus habilidades culinarias. “Algunos les echan más sal y otros azúcar a la comida, yo soy los que echan sal”. comenta con una pequeña risa.

En el último módulo los alumnos participan en pasantías de tres meses dentro de empresas tanto públicas como privadas. “Es difícil que nos abran las puertas de cada 10 solo cuatro nos aceptan”, explica Osorio.

“La discapacidad intelectual se desconoce mucho más que las sensoriales o físicas”, agrega Nancy Flores, terapista laboral. Uno de los mayores desafíos que enfrentan estas personas es que las empresas adecuen el trabajo a sus habilidades, ya que se desempeñan mejor en tareas repetitivas.

Además de ser una oportunidad para que los jóvenes pongan en práctica todo lo aprendido dentro de clase, se espera que sea un puente para que se gradúen con empleo, sin embargo en la mayoría de los casos esto no es así. “Es muy difícil que las empresas les ofrezcan trabajo. En siete años solo cuatro han sido contratados”, menciona Flores.

Esto los obliga a desarrollarse en la economía informal. Algunos emprenden y otros trabajan en carwash o como asistentes en herrerías. “Es difícil que encuentren un empleo digno. Muchos de ellos toman medicamentos, es irónico que quienes más necesitan seguro social se les dificulta más tener acceso a ello”, declara Osorio.

Al CCO solo un pequeño porcentaje de los guatemaltecos tiene acceso. “El sistema está centralizado. Somos la única entidad pública en todo el país que ofrece estos talleres”, agrega Flores.

Por otro lado, las personas con otras discapacidades y diferentes rangos de edad también necesitan un espacio en donde capacitarse. María José Pérez, quien tiene discapacidad visual, recibe cursos de masoterapia en la sede de zona 7 del Intecap. Esto consiste en masajes terapéuticos. “Comencé a venir porque en el Comité de Pro-Ciegos nos propusieron tomar el curso”, comenta María José. Lo que inició como un experimento se transformó en una nueva meta. Ahora, planea emprender su propio negocio de masoterapia.

El Comité capacitó a los maestros. “Nos enseñaron cómo reconocen los objetos y nos vendaron los ojos para entender mejor la discapacidad”, declara Erick Rojo, chef e instructor de cocina. La encargada de la jefatura técnica pedagógica del centro Guatemala uno, Flor Gonzalez, explica que la selección de maestros para este grupo se basó en quién tenía más experiencia con personas con discapacidad.

En este caso fue Clarivel Ayola, quien anteriormente daba masoterapia a niños con discapacidad. “Sí había tenido experiencia en ese tema, pero no en enseñar y eso es muy diferente“, menciona Ayola. La estrategia que eligió fue evaluar primero el grupo y conocer cómo aprendían mejor. “Me di cuenta que necesitan una enseñanza más personal y no grupal. Las adecuaciones las he hecho conforme veo la necesidad del grupo”.

La carencia de expertos provoca que la entidad se abstenga en abrirle las puertas a más personas. “Como no contamos con personal especializado no nos atrevemos a ofrecer al público cursos para personas con discapacidad, pero si alguien lo solicita no le cerramos las puertas", comenta González.

El Intecap, no solo carece de expertos en discapacidad sino que tampoco cuenta con estrategias de sensibilización. “No tenemos una capacitación porque hay muchas discapacidades y cada una requiere de una capacitación diferente. Como institución no tenemos establecida una formación dedicada a este tema”, asegura Luis Bautista, jefe de división regional central. “Hemos tenido jóvenes que traen a un intérprete de lenguaje de señas porque nosotros no contamos con eso”, agrega.

La SBS también cuenta con un subsidio de Q500 que se les dá a las familias que tienen un hijo con discapacidad, este es únicamente para los menores de 18 y tiene una vigencia de cuatro años, actualmente hay 2 mil 900 beneficiarios. Además de esto, está el Centro de Educación Especial Alida España, el cual es solo para los niños menores de 14 años. De acuerdo con el sitio web de la entidad, en 2024 hay 472 infantes con distintos tipos de discapacidades.

Educación superior

En cualquiera de las fases de la educación en la que se encuentre una persona con discapacidad se enfrentará con barreras. Laida Álvarado nació con discapacidad visual, conforme crecía perdía la visión. Desde pequeña ingresó a un colegio regular, pero no contaba con las herramientas que ella necesitaba para aprender. “Cuando terminé sexto primaria el colegio llamó a mi papá para decirle que mi vista empeoraba y ya no me iban a dejar seguir ahí”, narra. Así que su padre la inscribió en la Escuela Santa Lucía del Comité Pro-Ciegos.

Poco a poco comenzó a dejar una vida para adentrarse a otra. “Al escuchar que perdería la vista me asusté y lloré, pero una maestra me enseñó que no tenía que tener miedo”. Con el pasar de los años los objetos se distorsionaron y la luz desaparecía de los ojos de Laida. Sin embargo, el proceso de rehabilitación la preparó para ese día. “Todos sabían mi futuro y que debía de enfrentar la vida como ciega”.

Con persistencia y el apoyo de su familia y amigos se graduó como historiadora de la Universidad de San Carlos (USAC). Pero, el camino a este logro implicó ser discriminada y acosada. “Los catedráticos y algunos compañeros me decían que me fuera a otro lugar, que esas clases no eran para ciegos. Incluso un profesor me dijo que él me quería regalar sus ojos porque yo los necesitaba más”.

El material de estudio representaba una barrera, ya que era impreso. “Ponía a toda mi familia y amigos a leer lo que tenía que estudiar y los grababa”. En ese momento Laida no conocía sobre sus derechos y las acciones que podía tomar. Pese a estos desafíos se graduó como Licenciada en Historia.

Sin importar que sea una universidad privada o pública las barreras actitudinales y de infraestructura casi siempre están presentes. “Cuando salí del colegio la pregunta no era qué quiero estudiar, sino qué universidad tiene infraestructura accesible”, comenta María Fernanda Jiménez, quien tiene discapacidad motora. Al graduarse del colegio sus familiares le aconsejaron que eligiera una profesión en donde ella pudiera trabajar de manera independiente.

“Estaban conscientes de lo difícil que es que las empresas contraten a personas con discapacidad”. Así que decidió ser traductora jurada. El día de la inscripción conoció las áreas y todo quedaba en el primer nivel con excepción de un aula. Se marchó con la ilusión de que un nuevo capítulo de su vida estaba apunto de iniciar.

El primer día de clases llegó al aula en el primer nivel, pero le indicaron que ahí no es su aula, sino que era en la que había que subir tres gradas. “Con mi papá pedimos si podía recibir las clases en la del primer piso, pero me lo negaron con el pretexto que mi grupo era muy grande y que solo podían estar ahí”. Además, su padre preguntó si él podía construir una rampa para facilitar el acceso y se lo negaron. Así que su padre la cargaba para subir las gradas. “Me tenía que quedar todo el día dentro de la clase. No podía salir en los recesos ni ir al baño”.

Ninguna de estas barreras la detuvo. Se graduó. “Conforme iba sobresaliendo en las clases todos me comenzaron a tratar diferente; ya me tomaban en cuenta”. Después de esto decidió seguir su pasión: psicopedagogía, encontró una universidad con la infraestructura adecuada y desde entonces ha publicado cuatro libros, imparte charlas sobre la inclusión laboral y da clases en dos universidades.

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