Puerta de emprendimiento

La falta de inclusión laboral obliga a las personas con discapacidad a desarrollarse en la economía informal.

Desde joven Viron Chávez trabajó en construcción, fue maestro de obra, albañil y dibujante de planos. “Hacía un poco de todo. Ya tenía una lista de clientes”, relata. En 2005 recibió una llamada para apoyar en la edificación de una terraza. Aceptó el empleo sin saber que eso le cambiaría la vida.

En el proceso de la remodelación rozó con un cable que lo electrocutó y lo llevó a la sala de cuidados intensivos. “Pasé cinco días en coma y cuando desperté entraba y salía del quirófano”, cuenta. El accidente provocó que le amputaran ambas piernas y perdió el 50% de la movilidad de su mano derecha. En los meses que pasó en la camilla del hospital una pregunta rondaba a diario en su cabeza: “Y ahora, ¿de qué trabajaré?”.

Después del accidente, Viron logró encontrar empleos en empresas, pero la mayor parte del tiempo se desenvuelve en la economía informal. Un año después el dinero que había recolectado su comunidad para ayudarlo a pagar los medicamentos y para que su familia de cinco hijos (el mayor tenía ocho años), subsistiera en lo que encontraba trabajo, se había acabado. “Con los últimos Q100 que me quedaban y con dos bolsas de camarones que mi mamá me regaló hicimos ceviche con mi esposa y salimos a venderlo a la carretera”, recuerda.

Sin embargo, el emprendimiento solo duró un año. “Justo cuando iba a tener que cerrar porque el negocio ya no daba, un cliente frecuente me preguntó si podía hacer un trabajo de construcción”. Por dos años trabajó en una empresa formal. Conforme vio la exigencia del mundo laboral decidió enfocarse en sus estudios. “Saqué básicos y bachillerato por madurez”. Esto lo llevó a querer estudiar en la universidad.

“Cuando empecé a estudiar ya no me daba tiempo de hacer lo mismo que antes y en el trabajo no me apoyaron, así que tuve que renunciar”. Esto lo obligó a regresar a la economía informal. “No encontraba trabajo. Un día mi esposa mató a la gallina de nuestro patio e hizo tamales. Los fuimos a vender a la calle y de eso vivimos los últimos seis años”.

Pese a que todos los años Viron envía su papelería para postularse a empleos tanto en lo privado como en lo público no recibe respuesta. “Aplico para diferentes trabajos, pero nadie quiere contratar a gente como yo”.

La falta de inclusión en las empresas lleva a las personas con discapacidad a emprender. Según el Consejo Nacional para la Atención de las Personas con Discapacidad (Conadi) solo el 2% se desempeñan en la economía formal. Esto implica que no cuentan con un salario fijo, por lo que sus ingresos son inestables y no tienen acceso a las prestaciones que un trabajo formal ofrece, como protección social, permiso de maternidad, vacaciones, entre otros.

“La formalidad es un medio para alcanzar condiciones dignas de trabajo que a las personas con discapacidad se les dificulta aún más obtener”, declara Luis Linares, exministro de trabajo. Además, Linares explica que la demanda de trabajo en Guatemala es más alta que la oferta, esto impacta en el proceso de selección de candidatos. “Las empresas se dan el lujo de discriminar por todo tipo de factores, entre ellos la discapacidad”.

Fuente: Consejo Nacional para la Atención de las Personas con Discapacidad

Pahola Solano, abogada especializada en derechos humanos, explica que la falta de accesibilidad y de ajustes razonables limita a esta población. “En Guatemala, hay muchas barreras que impiden que las personas con discapacidad accedan a la educación, a un empleo y a la justicia”. Al igual, enumera algunas de las situaciones en donde las personas pierden autonomía: “Encontrarse que en el trabajo o centro educativo solo hay gradas, los baños no están diseñados para todos y los demás no tienen voluntad para hacer cambios, todo esto nos quita libertad”.

Obligados a emprender y sin apoyo

“Muchas empresas no quieren invertir en el proceso y no están motivadas en implementar estrategias para incluir a personas con discapacidad”, declara Gabriela Matus, experta en inclusión laboral. Una de las razones es por las barreras actitudinales que existen. “Las personas creen que contratar a esta población requiere de un gasto extra y que afectará el rendimiento de la empresa, pero no es así”, explica María Fernanda Jiménez, psicopedagoga. Estas actitudes obligan a las personas con discapacidad a desarrollarse en la economía informal.

“Kikila mamá, kikila”, esta era la frase que usaba en su niñez Diego Fajardo, quien tiene discapacidad intelectual, para decirle a su mamá que se relajara. Ahora, esta frase tomó un nuevo sentido y se convirtió en el nombre del emprendimiento de la familia Fajardo. “El año pasado comenzaron a deprimirse porque veían a sus primos ir a la universidad y a trabajar, pero ellos no pueden ir”, explica Ana Farjado, psicóloga y madre de Diego y José.

Los hermanos se sentían aislados y frustrados por no poder trabajar. “Me decían mamá yo no trabajar. Yo ser basura. Como mamá no te puedes quedar quieta, tienes que hacer algo”. Así es como nace “Kikilos”, una caseta en donde venden panes y licuados desde el garaje de su casa. Aunque solo llevan cinco meses, el estado de ánimo y la autoestima de Diego y José mejoró.

También contrataron a otros chicos que van a la clínica Mapas, centro terapéutico especializado en retos en el aprendizaje. “Cada uno hace lo que le gusta. José disfruta de conocer a las personas, así que es quien atiende y prepara la comida, mientras que a Diego le gusta cocinar”, menciona Ana. Por el momento la paga es simbólica, porque la caseta está empezando, pero se espera que poco a poco crezca y se convierta en un negocio rentable que pueda contratar a más personas con discapacidad.

Emprender para las personas con discapacidad implica afrontar más retos. “A los obstáculos a los que toda persona se enfrenta hay que sumarles los de una persona con discapacidad; es probable que no pueda producir tan rápido y necesiten ayuda para saber cómo llevar sus finanzas y formalizarse”, explica Allan Rousselin, director del trabajo social del Comité Pro-Ciegos y Sordos de Guatemala.

En Guatemala hay 1.4 millones de guatemaltecos con discapacidad, sin embargo, el Estado no los toma en cuenta en acciones que impulsan el emprendimiento. “Acceso y oportunidad financiera para todos”, es el lema de la Estrategia Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) de la Superintendencia de Bancos de Guatemala (SIB), la cual busca que los guatemaltecos tengan acceso a servicios financieros confiables y de acuerdo a sus necesidades para mejorar el “desarrollo económico e inclusivo en el país”, en especial, para quienes aún no forman parte del sistema financiero.

Además, ofrece protección al usuario de servicios financieros, educación financiera y apoyo al desarrollo de las pequeñas y medianas empresas. Pese a que publicita que es una estrategia para apoyar a “todos los guatemaltecos”, los emprendedores que enfrentan mayores desafíos no fueron tomados en cuenta.

“No está pensado para las personas con discapacidad. Si se quieren acercar a una fuente de financiamiento tendrían que ir con un familiar”, declara Ronald Ruiz, coordinador de la mesa técnica de comunicación de la estrategia. Tampoco se consideró adecuar la publicidad de la estrategia en un formato inclusivo. Este porcentaje de la población se enfrenta a barreras que dificultan su desarrollo en diferentes áreas.

Actitudinales: los prejuicios que se tienen, los familiares no los quieren dejar salir de su casa, discriminación, lo que ocasiona que sean excluídos.

Arquitectónicas: las infraestructuras no son accesibles, por lo tanto las personas no pueden ser autónomas.

Políticas: no se cuenta con políticas ni programas que impulsen la inclusión en diferentes sus diferentes facetas.

Comunicación: cómo una persona con discapacidad visual acceder a info impresa, alguien sordo sin lengua de señas discapacidad intelectual tiene un ritmo distinto y necesita apoyo visuales todo esto interfiere en el proceso de aprendizaje y desarrollar destrezas básicas para el entorno laboral.

Fuente: María Fernanda Jiménez, psicopedagoga.

Otro elemento que se suma a la lista de retos de emprender es enfrentarse a una limitante de crecimiento. “Quienes operan un negocio de manera informal no pueden exportar, no pueden darle servicios al sector público, ni tampoco a grandes empresas”, explica David Casasola, investigador en temas económicos del Centro de Investigaciones Económicas Nacionales (CIEN). Esto condiciona el nicho de mercado al que tienen acceso.

La infraestructura es otro factor que representa un reto para que las personas con discapacidad sean independientes. “No hay una proyección social , esto complica la situación de las personas con discapacidad. Los mercados solo están pensados para las personas regulares”, declara Azucena Gómez, trabajadora social del Hospital San Juan de Dios. La falta de espacios que se adecuen a las necesidades de estas personas hace que vendan sus productos en carreteras, lo que pone en riesgo su vida.

A kilómetros de la inclusión

San Juan Cotzal, Quiché, es un municipio que queda a 97 kilómetros del centro urbano. La mayoría de las calles no están pavimentadas y las que sí lo están tienen grietas. Esto dificulta la movilidad, en especial para las personas con discapacidad motora como Juana Córdova, quien tiene que caminar 15 minutos de su casa a la calle principal cada vez que quiere ir al pueblo a trabajar. “A veces mi papá me carga porque es muy difícil caminar entre la tierra y las piedras”.

Una vez llega a la carretera se enfrenta a otra barrera: conseguir transporte. Los microbuses la discriminan por tener discapacidad. “Si nos ven con silla de ruedas o muletas nos dicen que ocupamos mucho espacio. Hay veces que no paran y siguen de largo”.

Hace seis años, Juana decidió vender retratos y textiles en los municipios vecinos y principalmente en redes sociales, ya que las barreras actitudinales y de infraestructura limitan su independencia y sus oportunidades para hacer crecer su emprendimiento. “Tengo una discapacidad, pero también tengo una mente muy inteligente, sé cómo tejer, hacer morrales y arte”, relata Juana.

La falta de programas de sensibilización en el área rural perjudica el trato a las personas con discapacidad. “Son pocos los que tienen conciencia y no los discriminan”, explica Rodrigo Gaspar, coordinador del acompañamiento institucional de la Asociación de Discapacitados de la Guerra de la Región Ixil. Para cambiar esto el primer paso es educar a las personas sobre qué es la discapacidad, los tipos que existen y qué es la inclusión.

Las barreras actitudinales no son las únicas que enfrenta Juana en su día a día. Además de su emprendimiento, junto con su mamá venden en el mercado lo que cosechan. La construcción del mercado no está hecha para que pueda movilizarse sola. “Se me dificulta mucho moverme. Me esfuerzo, pero necesito la ayuda de mi papá, en especial cuando llueve”. Estas barreras provocan que Juana nunca pueda salir sola para trabajar y dependa de sus familiares.

“Nuestro país funciona de forma centralizada, la inversión y recursos es muy distinta en el área rural y la urbana”, agrega Ana Vides, antropóloga. El Estado se enfoca más en las ciudades y descuida el resto del territorio. La calidad y acceso a los servicios básicos como educación y salud se ven determinados por el lugar en donde la persona vive. “Las personas con discapacidad tienen que recorrer grandes distancias para llegar a los servicios, mientras que en el área urbana se obtienen más fácil”.

Mientras más lejos se encuentran las personas de los centros de las ciudades, más invisibles se vuelven ante las autoridades. “No nos toman en cuenta, no existe ninguna oficina para personas con discapacidad. Nadie se acuerda de nosotros”. Por ello, miembros de la comunidad Ixil que abarca tres municipios: Nebaj, Cotzal y Chajul, se unieron para fundar la Asociación de Discapacitados de la Guerra de la Región Ixil (Addegri). Lo que inició como un apoyo para las víctimas del conflicto armado se transformó en un espacio para todas las personas con discapacidad.

También cuentan con diferentes programas para ayudar a los emprendedores. “El Estado no garantiza ningún apoyo para ellos y como sociedad estamos envenenados porque vemos a alguien con discapacidad como si fuera de otro mundo”, agrega Gaspar. Incluso los familiares pueden ser un obstáculo para su desarrollo. “Los dejan encerrados en la casa, en lugar de animarlos, es como si los quisieran eliminar”.

Sin embargo, los recursos de Addegri son limitados: “Necesitamos un capital semilla por parte del gobierno para hacer crecer los emprendimientos”. Al igual quisieran tener acceso a programas que les dieran herramientas para saber cómo emprender. “Estar en una aldea lejana es un mayor desafío porque no tenemos apoyo. Nuestro emprendimiento no sirve si nadie nos compra ”, concluye Juana.

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