Las barreras son el principal desafío que enfrentan las personas con discapacidad para desarrollarse dentro de la sociedad. Sin embargo, esto no los frena, sino que los fortalece y logran sobresalir.
La sociedad coloca a las personas con discapacidad dentro de una caja de barreras. Sin embargo, ninguna ha frenado a Carlos Gálvez, quien tiene síndrome de Down, a cumplir sus sueños. Lleva poco más de dos décadas trabajando en un restaurante de comida rápida. “Soy barista. Sé hacer muchos tipos de bebidas y me gusta atender a las personas”, comenta.
A través de Faces, organización no lucrativa que busca la inclusión laboral de personas con discapacidad, Carlos encontró empleo y desde entonces no ha dejado de trabajar. “Fue ascendiendo con el tiempo. Inició limpiando mesas, luego pasó a hacer papas fritas y de servicio al cliente pasó a ser barista”, relata Marta Ardón, mamá de Carlos.
Sin importar en qué sucursal trabaje, todos los compañeros lo tratan bien. “Si alguien quiere trabajar ahí, recibe una capacitación de cómo convivir con alguien con síndrome de Down”, explica Marta. Gracias a esto la empresa siempre vela por el bienestar de Carlos.
“Hace unos años cambiaron a la supervisora y aunque mi hijo ya había subido y hacía papas, lo puso a limpiar baños”. Al darse cuenta, los padres de Carlos se acercaron a la gerencia y preguntaron la razón del cambio. Resultó que se había hecho sin autorización, así que le llamaron la atención a la supervisora, y ella decidió renunciar.
No solo el trato es inclusivo, sino también la paga, ya que va acorde con sus responsabilidades. “Tiene todas las prestaciones, bonos y vacaciones como cualquier otro trabajador”, asegura Marta. Además, lo apoyan en su carrera como atleta; no le descuentan los días que falta por representar a su país en competencias de natación.
“Me gusta nadar. mi mamá me enseñó”, menciona Carlos. Lo que inició como una actividad de madre e hijo evolucionó a 60 medallas de diferentes competencias. “He ido a tres mundiales: Irlanda del Norte, Grecia y Pekín”. Ahora, se prepara para los Juegos Latinoamericanos y del Caribe.
Su rutina gira alrededor de sus dos pasiones: la natación y el trabajo. Si no está en la piscina, se encuentra preparando deliciosas bebidas. Además de su esfuerzo, el otro elemento clave para que pueda sobresalir es su familia. Su mamá lo lleva a todas sus actividades y sus hermanos lo apoyan en cada paso. “Siempre lo tratamos como alguien que no tiene discapacidad. Él es capaz de hacer muchas cosas”, concluye Marta.
La vida sobre ruedas
María José Carranza tiene 29 años y es usuaria de silla de ruedas. Desde pequeña tenía el deseo de transformar vidas, por lo que siempre soñó con ser médico. “Quería estudiar medicina porque cuando mi mamá llegó al hospital para dar a luz estaba en estado crítico y el doctor le dijo que haría todo lo posible por salvar su vida, no dijo nada de mi vida o la de mi gemela”, relata. Así que se propuso cambiar ese discurso para las próximas generaciones.
Entre María José y su hermana hubo un minuto de diferencia, esos 60 segundos cambiaron el destino de ambas. “El parto se complicó y mi cerebro no recibió oxígeno por ese lapso, lo que me ocasionó una parálisis cerebral”. Por el estado delicado en el que se encontraba fue llevada a cuidados intensivos, mientras que su hermana fue llevada a otra sección.
“Como fuimos prematuras la alimentaron por medio de sonda, pero tuvo una complicación y esto hizo que su intestino explotara y falleciera. Ese minuto que dejé de respirar me salvó la vida”. De no haber estado en cuidados intensivos, María José también habría sido alimentada por sonda y probablemente hubiera pasado lo mismo que su hermana.
Cuando llegó el momento de entrar a la universidad, su tío, quien era médico, le aconsejó seguir otra carrera. “Me dijo que él sabía que yo era capaz de ser lo que quisiera, pero que por mi condición me aconsejaba seguir otro camino”. La discapacidad que tiene implica hacer movimientos involuntarios tanto de las piernas como de los brazos.
Esto la llevó a elegir psicología. “Esta profesión me permite transformar realidades. Desde el día uno en la licenciatura me di cuenta de que estaba en el lugar donde debía estar y ya nunca más volví a pensar en medicina”. Ahora ya es una profesional y da psicoterapia de manera virtual.
Sin embargo, María José buscaba crear un mayor impacto en la sociedad, así que acudió a las palabras y las convirtió en sus aliadas para derribar las barreras que enfrentan las personas con discapacidad. “Doy charlas en diferentes tipos de instituciones, como colegios e iglesias y publiqué un libro que al igual que mi conferencia se titula La vida sobre ruedas”.
En 2021 se convirtió en embajadora de Ottobock , marca de tecnología ortopédica. Esto no solo le abrió las puertas para tener la silla de ruedas motorizada con la que tanto soñó, sino que también fue un medio muy importante para vender su libro en la página autoreseditores.
Con cada una de estas acciones se busca construir una sociedad más inclusiva .“Es importante que las personas no asuman lo que podemos o no hacer quienes tenemos discapacidad”. Agrega que darse cuenta de los aspectos a cambiar es el primer paso, pero que lo más importante son las acciones para eliminar las barreras a las que se enfrentan.
Una vida sin límites
Pahola Solano es usuaria de silla de ruedas y aunque las infraestructuras no se adaptan a sus necesidades no permite que esto la detenga para cumplir sus sueños. Su principal meta es crear un país que respete los derechos de todos los ciudadanos, por ello eligió estudiar Derecho en la universidad.
Como requerimiento de la carrera debía realizar una pasantía en una entidad. “Estuve seis meses como practicante en la oficina de la Procuraduría de los Derechos Humanos y vi que había una vacante para recepción de denuncias, así que me acerqué al procurador y pedí el empleo”. Se realizaron los ajustes razonables que necesitaba, como tomarse 30 minutos para ir al baño. La única dificultad fue que no podía subir al segundo nivel.
“No había elevador y ahí era donde se realizaban las capacitaciones. Subía cargada o me quedaba abajo para atender a los usuarios”. Trabajó ahí por dos años, pero ya graduada, Pahola anhelaba ejercer su carrera. “Me contrataron en la Procuraduría General de la Nación (PGN) como abogada para defender los derechos de la mujer, adulto mayor y personas con discapacidad”.
Esta fue una oportunidad para realizarse como abogada, sin embargo, las barreras arquitectónicas fueron el factor por el cual solo estuvo ahí por siete meses. “Los baños, el camino hacia la oficina y la cafetería eran totalmente inaccesibles”. Además, los vehículos de la entidad no eran aptos para usuarios con silla de ruedas.
“Aquí fue donde me di cuenta de que las instituciones administrativas no están hechas para recibir a personas con discapacidad”. En una diligencia que realizó en el Organismo Judicial, el baño era tan pequeño que tuvo que cambiar el pañal en el suelo, cerca de la puerta principal.
Actualmente, Pahola encontró una institución que se ajusta a sus necesidades. “Llevo cuatro años en la Corte de Constitucionalidad. “Al entrar me preguntaron qué necesitaba para estar en igualdad de condiciones que los demás”. La entidad puso manos a la obra y construyó las rampas.
Sin embargo, las barreras actitudinales estaban presentes. “Porque nos ven en silla de ruedas creen que no somos capaces, aunque tengamos un título y cumplamos con todos los requisitos”. Cada día tenía que nadar contra corriente para demostrar su potencial.
Durante la pandemia hubo despidos y en la unidad en donde trabajaba pasaron de ser tres a estar solo ella. “Fue una prueba de fuego que sirvió para que se dieran cuenta de que sí podía hacer el trabajo y gracias a eso me ascendieron como abogada asesora de la sección laboral”. Ahora, los compañeros la toman en cuenta y siente cómo el camino se le abrió dentro de la institución para ascender. “Tengo muchos sueños, entre ellos estudiar en otro país y crear un país más inclusivo”.